domingo, 24 de julio de 2016

Los sueños no resueltos del Ilustre Caraqueño.


 
   La palabra tarifa significa en castellano, una escala o tabla de precios que tienen determinadas mercancías. Antes de ser incorporada del idioma árabe, es el nombre del puerto que tiene el califato de Córdoba en el mar Mediterráneo, por donde se ejerce el monopolio del comercio marítimo del mundo musulmán. Cuando estos son expulsados de España, poco antes de la conquista de América; la Corona española pasa a ser la heredera directa de esta experiencia histórica, que constituye una inmensa fuente de recursos para los califas árabes, reproduciéndola sin muchos cambios en sus nacientes colonias de América.

   Como el descubrimiento de América es prácticamente una empresa personal financiada por la reina Isabel de Castilla quien sufraga los gastos de la expedición de Colón, por extensión la conquista y ulterior colonización son consideradas por el derecho de las armas y por las bulas del derecho canónigo Vaticano, patrimonio de la Corona unificada de Castilla y Aragón, ahora en posesión de los califatos andaluces. Con toda esta “legalidad” a su favor, la Corona transforma en sus colonias americanas, el modelo de Estado de los califatos andaluces en virreinatos:

  Gobiernos delegados de un Estado confesional y férreamente centralizado como el andaluz, financiado primordialmente mediante un riguroso y complicado sistema de impuestos a la producción y el comercio y un rígido monopolio del comercio ultra marino, se constituyen en los pilares del colonialismo español. Sevilla pasa a ser la Tarifa cristiana del Atlántico y como una de estas medidas tempranas, se establece rápidamente en 1503 el monopolio marítimo de este puerto, a través de la casa de contratación, entregándolo en concesión personal a un poderoso gremio de comerciantes válidos de la Corona, y a semejanza de Sevilla se crean en el mar Caribe, 4 puertos de embarque: Cartagena en Nueva Granada, Portobelo en Panamá, Veracruz en Méjico y Santo Domingo en Dominica.

    Para el recaudo de los impuestos coloniales a los nativos conquistados, se organiza otro complicado sistema de recolección basado en dos tipos de cargas fiscales: Impuestos directos e indirectos. Los primeros, que recaen sobre los individuos, tienen como objeto establecer un vínculo de sometimiento (vasallaje) o “coerción extra económica”, mediante el cual se impone al “vasallo”, que no ciudadano, la obligación personal de servir con su trabajo o producción económica a la Corona o a un concesionario suyo, como en el caso de los encomenderos. Esto presupone la existencia de “individuos” y por lo tanto es la fuerza “legal” que ayuda a la disolución de las relaciones comunitarias indígenas.

    Los segundos o impuestos indirectos, gravan la producción y el consumo local, pues el comercio marítimo al ser monopolio de la Corona tiene otros gravámenes especiales. Todas estas trabas fiscales que enriquecen las arcas reales y son indispensables para su existencia parásita impiden el desarrollo de las fuerzas productivas, y al lesionar directamente los intereses de los esclavistas y hacendados criollos, quienes no pueden guardarse toda la riqueza tributaria para sí, ni exportar sus frutos libremente a quien mejor se los pague; aceleran el rompimiento definitivo de sus lazos con la Corona española.

 

Nota: En suma, antes de Bolívar, con la autoridad española, la explotación y dominio fue total. De esa situación el Libertador quiso sacar a sus Naciones. Después de su muerte en 1830, pasaron por el poder en Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia muchos mandatarios, pero casi ninguno fue capaz de cumplir con los sueños del célebre Caraqueño.
 
SIMÓN BOLÍVAR CONDUCTOR POLÍTICO Y MILITAR DE LA GUERRA ANTI COLONIAL.
ALBERTO PINZÓN SANCHEZ. Bogotá. 2005.
 
 
 

24 de julio, Natalicio del Libertador Simón Bolívar.


El Libertador llegó a Kingston en mayo de 1815. Allí fue recibido con obsequios y muestras de distinguida estimación. El duque de Manchester, gobernador de Jamaica, con quien tuvo varías conferencias solicitando recursos para auxiliar a Cartagena, le hizo atenciones delicadas y le dio una comida. El duque decía, con una naturalidad llena de gracia, a propósito de la inteligencia luminosa de Bolívar, y de su físico endeble y falto de carnes: "The flame has absorbed the oil" (traducción: "La llama ha encendido mi aceite").
 
Por lo demás, como nada obtuviese del Gobierno, se dirigió á algunos extranjeros, amigos y emprendedores, capaces de aprontar fondos para una expedición sobre Venezuela, cuyo éxito les pintaba como seguro.

En sus conversaciones sobre la anhelada expedición, Bolívar se apercibió de una cosa, a saber: que las publicaciones periódicas de los escritores españoles, trabajo que se continuaba cada día, habían logrado extraviar el juicio de los extranjeros sobre el origen de la revolución americana, sus medios y su resultado probable. Y cuanto más conversaba con uno y otro, más se persuadía de las falsas ideas que en los ánimos reinaban. Entonces se consagró á escribir, convirtiéndose en apóstol de la Revolución y haciendo de la Prensa, que había sido instrumento del error, un poderoso auxiliar de la verdad.
 
Felipe Larrazábal. T. 1. Madrid. 1865.

martes, 19 de julio de 2016

8. El Libertador Simón Bolívar.


Bolívar se encaminó a Caracas para buscar los recursos que más necesitaba. Llevaba en procesión solemne el corazón de Girardot. La conducción de la urna que contenía el corazón del héroe se verificó de este modo: Los batidores precedían el cortejo triunfal y la urna que conducía el vicario general del Ejército y era seguido por la guardia de Carabineros nacionales. Bolívar y su Estado Mayor venían después acompañados de la guardia de honor, y cerraban la marcha tres compañías de dragones. El general Bolívar dejó depositada la urna preciosa en Antímano (pueblo de las cercanías de Caracas), y anticipó su entrada en la capital para volver a conducir aquélla en unión de todas las autoridades. La entrada del corazón de Girardot se verificó el 13 de Octubre.

¿Qué se proponía, de veras, Bolívar con los honores solemnísimos que tributó al granadino Girardot, que fue bravo como otros tantos y que murió heroicamente como otros tantos, a quienes ni se rindieron ni podían rendirse tales homenajes?

Bolívar se proponía con aquel entierro heroico, con aquella procesión pagana, con aquella solemnidad inusitada, probar al Gobierno granadino, del que necesitaba para sus vastos planes de reconstrucción, cómo sabía agradecer el apoyo de aquella entidad, honrando a los héroes de allende el Táchira; contribuir a la emulación fecunda entre los guerreros de Nueva Granada y los de Venezuela; excitar el entusiasmo de todos los jefes, oficiales y soldados, manifestándole cuánto merecían el valor y las prendas y virtudes militares; en suma, era aquel un acto político con respecto a Nueva Granada, de estímulo al heroísmo en el Ejército y de emulación en la población civil, cuyo espíritu se levantaba así de la inercia y modorra coloniales. Le servía, además, para explicar su presencia en Caracas, ciudad de la que necesitaba extraer con discreción todo género de recursos, a pesar de los triunfos obtenidos, porque el país entero empezaba a levantarse contra los patriotas. (B.F.)

Terminado el obsequio fúnebre consagrado a la memoria del guerrero granadino, la Municipalidad de Caracas, presidida por el gobernador político del Estado, doctor Cristóbal Mendoza, y reunidos con ella las personas notables, los empleados superiores y un pueblo inmenso, aclamaron, por voz unánime, al general Simón Bolívar capitán general de los Ejércitos, y le condecoraron con el título de "Salvador de la Patria, Libertador de Venezuela”.

Nunca se vio más espontáneo voto; los sentimientos de una asamblea no fueron nunca tan universales. Formóse el acta, y dos diputados pasaron a cumplirla poniéndola en manos del Libertador. Éste la recibió con toda la distinción debida, contestando que el Libertador de Venezuela era más glorioso y satisfactorio para él que el cetro de todos los imperios de la tierra; pero que el Congreso de la Nueva Granada, el Mariscal de campo José Félix Ribas, Girardot, D'Elhuyar, Urdaneta, Campo-Elías y los demás oficiales y tropas eran verdaderamente los ilustres libertadores. El Congreso de la Nueva Granada—añadió con modestia—“confío a mis débiles esfuerzos el restablecimiento de nuestra República. Yo he puesto de mi parte el celo. Los felices resultados de la campaña son un digno galardón de estos servidos”

 
Felipe Larrazábal. “Vida de Bolívar”. págs. 224-225. Nueva York. 1865.

 

jueves, 14 de julio de 2016

7. El Libertador Simón Bolívar


Visita del Obispo Estévez a Bolívar moribundo

A unos escasos metros del trapiche se escuchó por el camino de entrada a la casa principal, el pausado galopar de varios caballos.

“¡Se acerca una comparsa!”, dijo Simón Bolívar con marcada ironía.

“No. Es el Obispo de Santa Marta”, corrigió José Palacios.

“No he dicho nada desacertado. El Obispo de Santa Marta ha llegado con su séquito a salvar el alma de un tirano”.

“¿Es que el doctor Estévez no es su amigo?”

“¿Cómo puede ser amigo de Bolívar un ferviente admirador de Santander?. ¿Se te olvidó que el doctor Estévez acogió y escondió en su Palacio Episcopal a Ezequiel Rojas,[1] uno de los más enconados conspiradores, miembro de la Sociedad Filológica?”.

Cuando el Libertador sintió la inminente presencia del Obispo Estévez, ordenó a José Palacios que lo dejaran solo con el prelado.

“Su Excelencia es amante de la hamaca”, dijo El Obispo.

Estoy en mi elemento. La hamaca es un instrumento ideal para soñar. Además era la cama favorita de nuestros aborígenes”.

Una pared de hielo impenetrable separaba a los dos personajes. El corredor de la hacienda se había trocado en un campo de batalla. A pesar de su maestría cortesana, el Obispo Estévez no disimulaba la antipatía que le inspiraba Simón Bolívar.

“Su Señoría sabe que siempre he sido respetuoso de las autoridades eclesiásticas. Pero, me encuentro exhausto. Sólo me queda una gota de vida”.

“Conozco el sufrimiento de Su Excelencia. Aquí estamos en un valle de lágrimas. Por esto, para el bien de su alma, le recomiendo arrepentirse de sus pecados”.

“¡Mi alma es tan pura como la brisa que viene de la Sierra Nevada!”

“¡Sus pecados son públicos!”

“Públicos han sido mis esfuerzos por implantar la Libertad y el Orden en donde reinaba antes la esclavitud y la despiadada crueldad”.

“Su Excelencia fue excomulgado”.

“Si. En efecto, fui excomulgado el 3 de diciembre de 1814 por el Arzobispo de Bogotá. Desde el púlpito se me acusó de ser el diablo el “enemigo de estos países”. Sin embargo, a los nueve días por otro edicto me exaltaron como el más devoto creyente”.

El Obispo se puso de pies.

“¡Un momento, Su Señoría!. Aún no he terminado. Escuche, por favor la última voz de un moribundo”.
 
William José Hernández Ospino

miércoles, 29 de junio de 2016

3. El Libertador Simón Bolívar

 
 
    Siempre tuvo a la muerte como un riesgo profesional sin remedio. Había hecho todas sus guerras en la línea de peligro, sin sufrir ni un rasguño, y se movía en medio del fuego contrario con una serenidad tan insensata que hasta sus oficiales se conformaron con la explicación fácil de que se creía invulnerable. Había salido ileso de cuantos atentados se urdieron contra él, y en varios salvó la vida porque no estaba durmiendo en su cama. Andaba sin escolta, y comía y bebía sin ningún cuidado de lo que le ofrecían donde fuera. Sólo Manuela sabía que su desinterés no era inconsciencia ni fatalismo, sino la certidumbre melancólica de que había de morir en su cama, pobre y desnudo, y sin el consuelo de la gratitud pública.

   El único cambio notable que hizo en los ritos del insomnio aquella noche de vísperas, fue no tomar el baño caliente antes de meterse en la cama. José Palacios se lo había preparado desde temprano con agua de hojas medicinales para recomponer el cuerpo y facilitar la expectoración, y lo mantuvo a buena temperatura para cuando él lo quisiera. Pero no lo quiso. Se tomó dos píldoras laxantes para su estreñimiento habitual, y se dispuso a dormitar al arrullo de los chismes galantes de Lima. De pronto, sin causa aparente, lo acometió un acceso de tos que pareció estremecer los estribos de la casa. Los oficiales que jugaban en la sala contigua se quedaron en suspenso. Uno de ellos, el irlandés Belford Hinton Wilson, se asomó al dormitorio por si lo requerían, y vio al general atravesado bocabajo en la cama, tratando de vomitar las entrañas. Manuela le sostenía la cabeza sobre la bacinilla. José Palacios, el único autorizado para entrar en el dormitorio sin tocar. Permaneció junto a la cama en estado de alerta hasta que la crisis pasó. Entonces el general respiró a fondo con los ojos llenos de lágrimas, y señaló hacia el tocador.
 
«Es por esas flores de panteón», dijo.
 
   Como siempre, pues siempre encontraba algún culpable imprevisto de sus desgracias. Manuela, que lo conocía mejor que nadie, le hizo señas a José Palacios para que se llevara el florero con los nardos marchitos de la mañana. El general volvió a tenderse en la cama con los ojos cerrados, y ella reanudó la lectura en el mismo tono de antes. Sólo cuando le pareció que él se había dormido puso el libro en la mesa de noche, le dio un beso en la frente abrasada por la fiebre, y le susurró a José Palacios que desde las seis de la mañana estaría para una última despedida en el sitio de Cuatro Esquinas, donde empezaba el camino real de Honda. Luego se embozó con una capa de campaña y salió en puntillas del dormitorio. Entonces el general abrió los ojos y le dijo con voz tenue a jóse Palacios:
«Dile a Wilson que la acompañe hasta su casa».

El General en su laberinto. Gabriel García Márquez.