Bolívar se encaminó a
Caracas para buscar los recursos que más necesitaba. Llevaba en procesión solemne
el corazón de Girardot. La conducción de la urna que contenía el corazón del héroe
se verificó de este modo: Los batidores precedían el cortejo triunfal y la urna
que conducía el vicario general del Ejército y era seguido por la guardia de Carabineros
nacionales. Bolívar y su Estado Mayor venían después acompañados de la guardia
de honor, y cerraban la marcha tres compañías de dragones. El general Bolívar dejó
depositada la urna preciosa en Antímano (pueblo de las cercanías de Caracas), y
anticipó su entrada en la capital para volver a conducir aquélla en unión de todas
las autoridades. La entrada del corazón de Girardot se verificó el 13 de Octubre.
¿Qué se proponía, de veras,
Bolívar con los honores solemnísimos que tributó al granadino Girardot, que fue
bravo como otros tantos y que murió heroicamente como otros tantos, a quienes ni
se rindieron ni podían rendirse tales homenajes?
Bolívar se proponía
con aquel entierro heroico, con aquella procesión pagana, con aquella solemnidad
inusitada, probar al Gobierno granadino, del que necesitaba para sus vastos
planes de reconstrucción, cómo sabía agradecer el apoyo de aquella entidad, honrando
a los héroes de allende el Táchira; contribuir a la emulación fecunda entre los
guerreros de Nueva Granada y los de Venezuela; excitar el entusiasmo de todos los
jefes, oficiales y soldados, manifestándole cuánto merecían el valor y las prendas
y virtudes militares; en suma, era aquel un acto político con respecto a Nueva Granada,
de estímulo al heroísmo en el Ejército y de emulación en la población civil, cuyo
espíritu se levantaba así de la inercia y modorra coloniales. Le servía, además,
para explicar su presencia en Caracas, ciudad de la que necesitaba extraer con discreción
todo género de recursos, a pesar de los triunfos obtenidos, porque el país entero
empezaba a levantarse contra los patriotas. (B.F.)
Terminado el obsequio
fúnebre consagrado a la memoria del guerrero granadino, la Municipalidad de Caracas,
presidida por el gobernador político del Estado, doctor Cristóbal Mendoza, y reunidos
con ella las personas notables, los empleados superiores y un pueblo inmenso,
aclamaron, por voz unánime, al general Simón Bolívar capitán general de los Ejércitos,
y le condecoraron con el título de "Salvador de la Patria, Libertador de
Venezuela”.
Nunca se vio más espontáneo
voto; los sentimientos de una asamblea no fueron nunca tan universales. Formóse
el acta, y dos diputados pasaron a cumplirla poniéndola en manos del Libertador.
Éste la recibió con toda la distinción debida, contestando que el Libertador de
Venezuela era más glorioso y satisfactorio para él que el cetro de todos los imperios
de la tierra; pero que el Congreso de la Nueva Granada, el Mariscal de campo José
Félix Ribas, Girardot, D'Elhuyar, Urdaneta, Campo-Elías y los demás oficiales y
tropas eran verdaderamente los ilustres libertadores. El Congreso de la Nueva Granada—añadió
con modestia—“confío a mis débiles esfuerzos el restablecimiento de nuestra
República. Yo he puesto de mi parte el celo. Los felices resultados de la campaña
son un digno galardón de estos servidos”