jueves, 14 de julio de 2016

7. El Libertador Simón Bolívar


Visita del Obispo Estévez a Bolívar moribundo

A unos escasos metros del trapiche se escuchó por el camino de entrada a la casa principal, el pausado galopar de varios caballos.

“¡Se acerca una comparsa!”, dijo Simón Bolívar con marcada ironía.

“No. Es el Obispo de Santa Marta”, corrigió José Palacios.

“No he dicho nada desacertado. El Obispo de Santa Marta ha llegado con su séquito a salvar el alma de un tirano”.

“¿Es que el doctor Estévez no es su amigo?”

“¿Cómo puede ser amigo de Bolívar un ferviente admirador de Santander?. ¿Se te olvidó que el doctor Estévez acogió y escondió en su Palacio Episcopal a Ezequiel Rojas,[1] uno de los más enconados conspiradores, miembro de la Sociedad Filológica?”.

Cuando el Libertador sintió la inminente presencia del Obispo Estévez, ordenó a José Palacios que lo dejaran solo con el prelado.

“Su Excelencia es amante de la hamaca”, dijo El Obispo.

Estoy en mi elemento. La hamaca es un instrumento ideal para soñar. Además era la cama favorita de nuestros aborígenes”.

Una pared de hielo impenetrable separaba a los dos personajes. El corredor de la hacienda se había trocado en un campo de batalla. A pesar de su maestría cortesana, el Obispo Estévez no disimulaba la antipatía que le inspiraba Simón Bolívar.

“Su Señoría sabe que siempre he sido respetuoso de las autoridades eclesiásticas. Pero, me encuentro exhausto. Sólo me queda una gota de vida”.

“Conozco el sufrimiento de Su Excelencia. Aquí estamos en un valle de lágrimas. Por esto, para el bien de su alma, le recomiendo arrepentirse de sus pecados”.

“¡Mi alma es tan pura como la brisa que viene de la Sierra Nevada!”

“¡Sus pecados son públicos!”

“Públicos han sido mis esfuerzos por implantar la Libertad y el Orden en donde reinaba antes la esclavitud y la despiadada crueldad”.

“Su Excelencia fue excomulgado”.

“Si. En efecto, fui excomulgado el 3 de diciembre de 1814 por el Arzobispo de Bogotá. Desde el púlpito se me acusó de ser el diablo el “enemigo de estos países”. Sin embargo, a los nueve días por otro edicto me exaltaron como el más devoto creyente”.

El Obispo se puso de pies.

“¡Un momento, Su Señoría!. Aún no he terminado. Escuche, por favor la última voz de un moribundo”.
 
William José Hernández Ospino

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